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Bastián y las golosinas


La vieja cabaña...

Las vacaciones de invierno se acercaban, a Bastián le gustaba visitar a la abuela en esas fechas, se la pasaba jugando en la cabaña que se encontraba en la hacienda ubicada en las afueras de la ciudad, su padre no entendía el entusiasmo que le causaba, era vieja y sin misterio alguno.

Se escuchó el timbre que anunciaba la salida del colegio, las puertas se abrieron y los niños salían emocionados a encontrar a sus padres, a lo lejos se podía observar un pequeño cargando una mochila enorme, el cabello alborotado y gritando un “Inician las vacaciones de invierno, yuju”, mientras su risa se escuchaba por el pasillo principal. Llegando a la puerta su padre lo recibió con una sonrisa y el niño sin hacerle mucho caso corrió hacia donde estaba el auto.


–¡Bastián, espera! –gritó el padre mientras corría tras él.

–Corre papá, tengo que tener mi mochila de campamento lista para más tarde ir con la abuela, andando, apresúrate –le gritó abriendo la puerta del auto y lanzando su mochila sobre el suelo de éste.

El hombre subió al auto y emprendió el viaje de regreso, minutos más tarde aparcó fuera de la casa, Bastián bajó rápidamente, entró, subió las escaleras y accedió a su cuarto. Fue hacia el armario y tomó su morral de campamento, metió algunas cosas y bajó a la cocina. Sacó un frasco con golosinas y lo llevó a la barra, le pidió a su madre que llenara éste y pusiera galletas en una bolsa para llevárselas a la abuela.

Se escuchó el claxon del auto y el pequeño salió rápidamente para subirse. Estando todos arriba, iniciaron el viaje hacia la hacienda de la abuela, el recorrido duró alrededor de una hora, pero al fin se encontraban afuera de la vivienda.

–¡Abuela! –gritó Bastián acercándose a la pequeña puerta que dividía el largo camino de la casa, corrió hacia la puerta principal y tocó dos veces– ¡Abuela!

La puerta se abrió y la anciana se encontraba frente a él, mirando hacia abajo y con una gran sonrisa lo abrazó. El pequeño besó su mejilla y entró a la casa, de inmediato encendió el televisor y se acomodó en el pequeño sillón de la abuela para disfrutar de un programa especial sobre animales en peligro de extinción.

Maca, madre del pequeño, le explicó a la abuela sobre el medicamento que debía tomar el pequeño, las cosas que no podía hacer y las que no debía comer, una lista de los canales que le gusta ver en la televisión y unos cuantos números de emergencia por si sucedía algo. Dicho esto, Maca y Rodrigo se despidieron de ambos y salieron de la casa. La abuela tomó asiento junto al pequeño y lo observaba detenidamente.

–¿Me dejarás quedarme en la cabaña abuela?

–No, Bastián. Dormirás en casa, no sé qué extraordinario tiene ese lugar abandonado

–Hay muchas cosas que no entenderías abuela.

Le sonrió y siguieron mirando la televisión, dos horas más tarde Bastián se había quedado dormido, Lore, la abuela, como pudo lo llevó hasta la habitación, lo arropó y luego salió de ahí para hacer otros deberes.

Mientras el pequeño dormía, un radiante rayo de luz inundó la habitación, haciendo que éste le pegara en la cara e hiciera que despertara repentinamente. Miró hacia la ventana de dónde provenía, con cuidado de no tropezar se acercó a esta y entonces aquel aro de luz desapareció junto con él.

En cuestión de segundos se encontraba en un lugar totalmente diferente, criaturas miniatura, con cuerpos extremadamente delgados, narices enormes y ojos pequeños, casas de todos los tamaños y colores, y lo más increíble de todo, golosinas por todos lados.

Trato de levantarse y ponerse en marcha para explorar ese nuevo mundo, sin embargo, algo extraño sucedió, sus pies no tocaban el suelo, estaba flotando, así como un astronauta flota al visitar la luna, dio un paso, pero fue inútil, una vuelta de carro se había ejecutado, rió y las extrañas criaturas lo miraban divertido.

Uno de los seres se acercó a él y le observó de pies a cabeza, tocó su pierna y éste se sobresaltó.

–¿El pequeño Bastián? ¿Eres tú? –preguntó el aparente hombrecillo que lo había tocado.

–¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres? –lo miró frunciendo el ceño y se agachó un poco para observarlo mejor.

–Oh vamos, pequeño. No te he visto en años, la cabaña ha estado muy sola últimamente desde que tu abuela no te permite venir acá. Tal vez no me recuerdes del todo.

–No, eres una criatura extraña, jamás había visto a alguien así.

–Bueno ahora me conoces, sabes que vivimos en un mundo lleno de golosinas, esas que traías cuando eras un poco más pequeño, siempre las dejabas en la caja de herramientas que usaba tu abuelo y eso hizo posible todo este reino –le sonrío y Bastián lo miraba incrédulo.

–¿Eran ustedes quienes robaban mis golosinas? ¿Por qué? Siempre pensé que algún animal del bosque lo hacía.

–No importa, te llevaré a conocer un poco más.

El pequeño hombrecillo le tomó la mano y lo llevó a conocer cada uno de los lugares que se encontraban en la pequeña ciudad, dulces de menta, en diferentes formas, chocolates de diferentes tamaños y montones de galletas resguardando otras cuantas golosinas.

Era tan grande que parecía increíble todo lo que habían formado con tan solo algunos dulces, la manera en cómo fue creciendo el número de criaturas extrañas en esa “ciudad”, cómo era que Bastián podía ver a aquellos extraños seres. Después de algunas horas recorriendo todo esto, el hombrecillo le ofreció quedarse cerca de su casa, afuera, porque dentro no cabía ni un dedo.

Poco a poco sus ojos se fueron cerrando, el hombrecillo comenzaba a verse menos cada vez que parpadeaba, a lo lejos se escuchaba una voz familiar, alguien que gritaba su nombre una y otra vez, y entonces nuevamente aquella luz apareció, iluminándole la cara, el rechinido de una vieja puerta se escuchó, la luz desapareció y Bastián cayó totalmente dormido.

La voz de su padre gritándole se escuchó dentro del cuarto, él no entendía el entusiasmo que le causaba, era una simple cabaña en una simple hacienda “vieja”, lo único increíble era el enorme árbol de naranjas que se mantenía vivo aun siendo invierno.


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