Entre la vida y la muerte...
A una semana de que octubre termine, algo en el ambiente hacia el próximo mes cambia, los olores, colores y clima son totalmente diferentes. Podemos sentir como los días se van haciendo más fríos y el viento comienza a tomar un poco más de fuerza.
En la mayoría de las viviendas puedes observar un espacio decorado con papeles de colores, veladoras, manteles, comida, fotografías de personas o mascotas y flores por doquier, y los negocios como panaderías, mercerías, florerías, mercerías, entre otros, resurten sus locales para lo venidero: Día de Muertos, una tradición mil por ciento mexicana y realizada desde muchísimo tiempo atrás.

Antecedentes
La visión indígena sobre este día implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, quienes regresan a casa junto al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares colocados en su honor.
En esta celebración, la muerte no representa la ausencia, sino a una presencia viva y un reencuentro con los que ya no están. Importante decir que se ha vuelto una de las tradiciones más populares en México, mismas que comprende diversos significados, desde filosóficos, hasta materiales.

Su origen se ubica en la armonía entre la celebración de los rituales religiosos católicos traídos por los españoles y la conmemoración del día de muertos que los indígenas realizaban desde los tiempos prehispánicos.
El 7 de noviembre de 2008, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), declaró el Día de Muertos en las comunidades indígenas mexicanas Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, haciendo que la celebración fuese aún más importante y atractiva para muchos países de América, El Caribe y Europa.
Celebración
La gran fiesta para rendir honor a nuestros difuntos se lleva a cabo los días 1 y 2 de noviembre, se divide en dos categorías de acuerdo con el calendario católico. El primero corresponde a Todos los Santos, dedicado a los “muertos chiquitos” o niños, mientras el segundo a los Fieles Difuntos, haciendo referencia a los adultos fallecidos.
Como es costumbre, cada año familias enteras colocan ofrendas y altares decorados en sus hogares, mismos que contienen: flores de cempasúchil, papel picado en colores naranja, rosa, morado, amarillo y negro, calaveritas de azúcar o chocolate, pan de muerto, comida, bebida y cosas favoritas de la persona a quien va dirigido, aromatizando con inciensos o velas con olor.
El Día de Muertos se celebra en todo el país azteca, teniendo algunas variantes dependiendo de la región o estado, algunos adornan el cementerio y cada una de las tumbas en su interior, otros realizan festivales o desfiles, haciendo que ambos días sean especiales.
Un altar u ofrenda: los elementos

El altar puede tener varios niveles; los de dos simbolizan la tierra y el cielo, mientras que los de tres puede representar el cielo, la tierra y el purgatorio, también pueden ser de siete, que significa los siete pasos para entrar en la otra vida, o los siete pecados capitales.
La comida: antiguamente, se preparaban frijoles, tortillas, tamales dulces y atole, alimentos prehispánicos típicos. Actualmente, se ofrecen esos platillos, además de los que eran de particular agrado para el difunto y otras adiciones como las calaveras de azúcar o el infaltable pan de muerto.

Cempasúchil: el nombre proviene del náhuatl “cempoal”, veinte, y “Xóchitl”, flor. Es decir, cempoalxóchitl, aunque uno puede encontrar el nombre escrito de muchas maneras como cempasúchil. Esta flor simboliza el sol que sale victorioso del inframundo, por lo que ayuda a los difuntos en su trayecto de regreso al mundo. Se pueden colocar pétalos en la entrada de la casa y adornar todo con flores para que el difunto llegue con bien.
Copal: este es el nombre que reciben diversas resinas aromáticas y es un elemento muy importante en la tradición médica y religiosa mesoamericana, desde la época prehispánica. Al quemar esta resina, se desprende su aroma y humo, el cual se usa para ahuyentar a los malos espíritus, permitiendo que el alma del ser querido entre a casa sin peligro. También puedes usar incienso, el cual fue traído por los españoles.
Agua: calma la sed de las ánimas y les da fuerza para emprender el viaje de regreso al inframundo.
Petate: se usaba para envolver los cuerpos antes de enterrarlos. Es, entonces, la última morada del difunto y se colocan en los altares para que ahí descansen los visitantes. Además de que sirve como mantel para colocar la ofrenda en el piso.
Veladoras: simbolizan tanto la fe como la esperanza. La llama guía a las almas en su camino y pueden ponerse en las cuatro esquinas de tu ofrenda.
Sal: limpia el cuerpo del difunto durante el recorrido y lo purifica para el siguiente año.
Altares: el altar se incorpora a esta tradición por influencia de la religión católica. Así, las ofrendas se comenzaron a acomodar como los altares que hay en las iglesias.
Calaveritas de azúcar: aunque el origen de la tradición es desconocido, se cree que escribir el nombre de la persona a quien se regala la calavera tiene como propósito recordarle que, en este mundo, lo único seguro es la muerte. Los historiadores creen que los indígenas las hacían de amaranto y miel. Después se incorporaron las de azúcar, cuando el ingrediente llegó de Europa.

Pan de muerto: el pan de muerto es una pieza básica en la tradición actualmente y es un gran ejemplo del sincretismo de culturas. En la tradición prehispánica no existía el pan, ya que la harina de trigo fue algo que trajeron los españoles. Sin embargo, se fusionó con las tradiciones locales y aunque hay pan similar al de muerto en España, la inclusión de elementos como los huesos de azúcar que van arriba del pan, lo hacen único. ¡Deli!
Los retratos de los difuntos: expertos consideran que la fotografía del difunto se agregó a finales del siglo XIX, cuando el invento llegó al país. Actualmente, en algunas regiones se cree que debe ocultarse de modo que sólo pueda verse con un espejo, porque el ser querido ya no existe.
Papel picado: aporta color y vida al altar. La Catrina, creada por el artista José Guadalupe Posada a principios del siglo XX, es su figura más tradicional.
Para los pequeños: la noche del 31 de octubre se prepara un altar especial para los niños, ya que sus almas llegan la madrugada del 1 de noviembre. Las flores y velas deben ser blancas, porque este color representa su inocencia. Asimismo, hay quienes evitan la comida picante y agregan dulces y juguetes. Todos los elementos colocados deben ser pequeños para que las jóvenes ánimas disfruten lo ofrecido.
Una de las ejemplificaciones más bonitas sobre esta celebración es la película de Coco, quien cuenta la historia de Miguel, un niño que sueña con ser músico como su tatarabuelo, pero su familia se lo prohíben. Por accidente, Miguel entra en la Tierra de los Muertos, de donde sólo podrá salir si un familiar difunto le concede su bendición, pero su tatarabuela se niega a dejarlo volver con los vivos si no promete que no será músico. Debido a eso, Miguel escapa de ella y empieza a buscar a su tatarabuelo.
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Los primeros días de noviembre están llenos de magia, sentimientos y muchos colores, las familias mexicanas se reúnen para celebrar y recordar a quienes ya no están con ellos, pero lo más importante: honrar su presencia.
En distintos lugares los cementerios se vuelven una fiesta en grande, música en vivo, decenas de personas comiendo y riendo de lo vivido.
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Agradecimientos especiales por las fotografías a: Fernanda Casias, Christian Vázquez, Sandy Aviles, Snix Robinson.