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Huida y desastre


Casa Tomada - Julio Cortázar

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene –yo creo que ella estaba llorando– y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada. Caminamos hacia la cerca que se encontraba a unos metros, Irene no decía nada –creo que seguía llorando– me limitaba a preguntarle qué pensaba de esta huida, aunque supongo que no tenía nada que decir, la casa y la llave estaban perdidas.

Ayudé a Irene a cruzar la cerca, pasó una pierna primero y luego la otra, hice lo mismo y cuando ambos nos encontrábamos ya del otro lado, con sigilo y cuidando que nadie nos mirara, nos fuimos de ahí.

No sabíamos a donde ir, no teníamos familia cerca, la noche había caído y no quedaba más buscar alguna casa de asistencia en donde pudiéramos dormir y al siguiente día planear la próxima parada, quizá alguna ciudad cerca o posiblemente el país vecino.

Me preocupaba Irene, no había pronunciado ninguna palabra en todo el trayecto, era como si hubiese quedado aturdida después de la toma de la casa, trataba de sacarle algunas palabras, pero era inútil. Caminamos media hora hasta encontrar donde podríamos dormir esta noche.

Entramos, saludé a una anciana que se encontraba en el intento de recepción que tenían, amablemente nos dio la bienvenida a la enorme casa color naranja con algunos cincuenta cuartos para dormir, pasamos al interior y nos entregó un par de almohadas y cobijas, nos condujo a la habitación donde nos quedaríamos. Irene parecía cansada, triste y nerviosa, no sabía por qué lo último, pero le daría tiempo para que me contara la razón.

La viejecita se retiró de ahí para que pudiéramos instalarnos, Irene acomodó una de las camas con su cobija y almohada, no me dirigía la palabra y ni siquiera me miraba.

– ¿Estás bien? –pregunté después de que terminé de poner mi cama.

–Sí, todo bien –asintió y se acomodó sobre el colchón.

–Tienes más de una hora sin dirigirme la palabra, como si yo fuese el culpable por haber perdido la casa

–Ya sabíamos que la íbamos perdiendo poco a poco, no puedo hacerte responsable, es sólo que estoy algo sentimental, era una casa enorme y espaciosa, me gustaba, podía hacer muchas tareas a la vez y nadie molestaba

–No había nada que pudiéramos hacer, pero estoy seguro que encontraremos una casa por acá o lejos de aquí, igual de grande y espaciosa, donde puedas realizar todo lo que quieras

–Ya veremos, ya veremos

Irene se giró hacia el lado de la pared y supuse que se había dormido, me acosté y me quedé mirando hacia el techo, pensando en las posibles soluciones que le daríamos a nuestras vidas. Buscar un trabajo y juntar dinero para poder comprar una casa igual a la que habíamos perdido, irnos a donde se encontraban algunos de nuestros familiares o simplemente optar por irnos del país.

Tanto pensar me agotó, mis ojos se fueron cerrando lentamente hasta perder la noción y quedarme dormido. A la mañana siguiente, me desperté esperando fuese temprano, teníamos que irnos a buscar un nuevo hogar, abrí los ojos lentamente y giré la cabeza hacia donde debería estar mi hermana, sin embargo, la cama estaba vacía y las cobijas por el suelo.

Me levanté rápidamente y salí de la habitación apresurando el paso hacia donde se encontraba la anciana.

–Señora, ¿ha visto a Irene?

–¿Irene? ¿Quién es Irene, señor? –bajo un poco sus lentes para después mirarme.

–Mi hermana, una mujer alta y de tez clara, cabello oscuro, tenía un vestido color rosa, llegó conmigo anoche –dije asustado al no encontrar a Irene.

–Mire joven la verdad es que varios huéspedes así lo hacen, se van sin siquiera avisar, sólo salen y dejan las cobijas en aquel sesto, no puedo decirle quien se va y quien no, es completamente difícil –se encogió de hombros y negué.

No me había información clara para saber dónde estaba Irene, salí corriendo hacia las afueras de la casa de asistencia esperando encontrármela fuera de ésta, miré hacia la derecha, luego la izquierda y no había nadie, todo estaba vacío.

–¡Irene! –hice un hueco con mis manos y grité en medio de este, la voz se hacía más fuerte y se escuchaba más que la normal– ¡Irene!

Escuché el rechinar de unas llantas, unos vidrios quebrarse y por último un aterrador grito. Cubrí mis oídos y cerré los ojos, traté de pensar que no estaba pasando nada, que era un sueño y que seguro cuando despertara Irene seguiría en la cama, tal vez hablando entre sueños o quizá despierta averiguando cómo era el tejido de la cobija.

Pero no, abrí los ojos y aquella escena seguía presente, un auto pasó a máxima velocidad, había vidrios sobre el suelo y un líquido color rojo cerca de la víctima. Caminé lentamente hacia donde estaba el cuerpo, mantenía un ojo a medio cerrar y me seguía acercando, llevaba prendas color rosa, el cabello estaba despeinado, era oscuro y su tez clara se había teñido de rojo.

***

El primer párrafo de este texto pertenece al cuento corto “Casa Tomada” del fabuloso Julio Cortázar, el resto es una versión de continuación escrita por la autora de este artículo.


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